Hay un creador y lo llamamos Dios

Debo comenzar diciendo: que nada puede venir de la nada. Vemos un inmenso universo lleno de cosas, de formas, de esencias que no queda lugar para para la negación, por lo menos, ante las limitadas capacidades de entendimiento del ser humano, solo aceptar que alguien, es decir, Dios, tuvo que diseñar, crear materiales y preparar para su evolución y dejar, ahí, un cúmulo muy grande de partículas subatómicas, para que a partir de estas, se forme el universo que se presenta ante nuestros ojos. Junto a este cúmulo de partículas subatómicas, también, sin lugar a discusión, dejó, ahí, las leyes físico-químicas para que rijan la evolución de su universo. Y también tuvo a bien, dejar, ahí, el lenguaje para su interpretación: las matemáticas.

Si Dios dejó un lenguaje para interpretar sus leyes, también sin discusión, tiene que haber planeado “poner” en su universo a intérpretes de sus leyes, a seres vivientes capaces de aprender matemáticas.

Con nuestra vanidad antropomórfica, seguramente, a priori, creeremos que es el ser humano el intérprete de las leyes de Dios, sin embargo, en la naturaleza, aun inanimada, existen formas que obedecen a leyes cuya interpretación se encuentra en las matemáticas; por ejemplo: el número áureo o número phi lo encontramos en los girasoles, en las proporciones de los cuerpos que adquieren, por tal razón, belleza natural; incluso, la distribución planetaria del sistema solar pareciera obedecer a la proporción aurea, etc. Más allá de esta digresión, por ahora, es el ser humano el intérprete oficioso de las leyes físico-químicas, que hemos atribuido su creación a Dios y puestos al “servicio” de quienes puedan aprender matemáticas, hasta ahora, solo el ser humano.

¿Todo bien, hasta ahora? No, Hay un gran problema: los seres vivos, y el más problemático de todos: el ser humano.

Bien sabemos que los seres vivos estamos formados con los mismos materiales, los elementos existentes en todo el universo, los elementos mostrados en la tabla periódica de los elementos, es decir, todos los animales, incluyendo el ser humano, estamos hechos del mismo material que las rocas, los árboles o los mares. La química, la física o la biología son ciencias que demuestran, sin lugar a dudas, la composición físico-química de las células animales y vegetales. A primera vista, pareciera, somos la consecuencia de un proceso evolutivo diferenciado que el tiempo ha logrado perfeccionar hasta lograr ser lo que somos, organismos funcionales perfectamente organizados, pero construidos de la misma materia que las piedras. Pero no somos piedras, porque estamos dotados de un espíritu que nos diferencia, aun entre los mismos seres vivos, cuya naturaleza aún no ha sido explicada. Nadie sabe qué es el alma.

         Los seres vivos, además de estar dotados de movimiento, de poder desplazarse en el espacio, medir el tiempo, también está dotado de emociones, posee el don del habla, el don de pensar, el don de comunicarse, del instinto, de odiar, amar, sentir dolor, sufrir, disfrutar, tener memoria, etc. etc. Todas estas funciones anímicas, que diferencian a los seres vivos de la materia inerte, creemos son funcionalidades de lo que llamamos alma.

         Muchas de las funcionalidades que estamos atribuyendo al alma, se encuentran también en la materia inerte, como la memoria mecánica en ciertas aleaciones de metales, la detección de proximidad que experimentan ciertos arbustos  ante la proximidad de un humano (se encojen al aproximar la mano hacia ellos), etc.

         Hay indicios, pues, que existe una inteligencia que ha dotado de un programa o guión a seguir en el proceso de multiplicación celular que ocurre en la gestación de los seres vivos. Normalmente, este programa o guión requiere de la cooperación de dos aportantes, cada aportante provee de la mitad que le falta al otro para iniciar, fielmente, el proceso de reproducción; los llamamos hembra y macho o mujer y varón. Aun en los casos de hermafroditismo se requiere de esta cooperación para su reproducción. La evolución de Darwin no explica cómo surgieron los dos primeros programas que vienen almacenados en el ovario y en el espermatozoide, es decir, la información que se hereda en el ADN.

         ¿Todo bien hasta ahora? NO, hay otro problema. La ciencia puede detallarnos minuciosamente el proceso de la auto organización celular de los seres vivos, desde el momento de su concepción hasta su nacimiento o advenimiento al mundo de los vivos, incluso hasta su muerte. Sin embargo, ese minucioso detalle desde la concepción en la multiplicación celular para formar al ser vivo, con diferencias celulares entre tejidos y organismos, no dice nada porqué el ser humano es un ente moral, por qué tiene emociones, por qué sufre o goza, por qué ama u odia o en qué momento el alma se incorpora al cuerpo. Por qué el hidrógeno y el oxígeno que forman agua y esta agua, mientras está dentro de un cuerpo humano, sabe amar y cuando está fuera no. De igual forma todos y cada uno de los elementos químicos usados para construir los tejidos y órganos del ser humano. Aún no conocemos las leyes biológicas y las leyes psíquicas que gobiernan la vida de las células y las fórmulas matemáticas que las rigen.

         Si bien se intuye la existencia de una inteligencia que guía el proceso de auto organización celular, la teleología no es clara para señalar si, detrás de todo esto, pueda existir un plan a largo plazo o solo es el azar que señala el camino hacia un final inaudito e irremediable. El hidrógeno del sol se agotará en algún momento y será el fin de todo el sistema solar y el fin de todo ser vivo.

         En este momento, si tuviera que pergeñar una conclusión, tendría que decir: Dios (una inteligencia) guía la reproducción celular de los seres vivos, los provee de los medios para alimentarse, crecer y seguir multiplicándose, conduciéndolos, inevitablemente, a todos, a un final, a una macro destrucción, a la destrucción de toda su creación.

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